Lecciones de vida

Jim Doherty se dirigía a los barrios bajos de Londres, algo que nunca imaginó que haría en toda su existencia. Pero sentía que debía mostrar su eterna gratitud en persona al fantástico virólogo que había salvado la vida a su niña, y la de miles de almas infantiles.

La nueva enfermedad estaba haciendo estragos entre la población infantil, una variedad de la ya conocida y controlada poliomielitis. Jim Doherty dirigía un centro dedicado a la investigación médica y científica, en el cual, el desarrollo de soluciones contra las amenazas de índole vírica y bacteriana era su principal cometido. Tras meses sin dar con una solución eficiente contra la enfermedad, exploró otras vías. Mandó telegramas a numerosos centros de otros países y estuvo abierto a cualquier propuesta que le llegara. Un día, su secretaria le remitió una carta recibida de un tal Anson Smith, en la cual, este le aseguraba conocer la manera de desarrollar una vacuna contra la nueva amenaza. Un desconfiante e incrédulo Jim mandó a su secretaria buscar referencias sobre este tal Anson, pero la búsqueda tuvo nulo éxito. De todas maneras, la situación era bastante desesperada y no tenían nada que perder. Realmente tenía cierta confianza al analizar la manera en que Anson describió, a modo de resumen, como desarrollar la solución. Además, en la carta, este le proponía entregar sus conclusiones sin cobrar nada a cambio si fuera necesario, su único interés radicaba en acabar con la amenaza. Pero para trabajar en ello, necesitaba muestras del virus y datos adicionales que poseía el centro dirigido por Jim. La única condición, era que Anson trabajaba en su casa laboratorio, pues alegaba una importante enfermedad que no le permitía llevar una vida normal alejado de su hogar.

Decidió contratar los servicios de este Anson, enviándole todo lo necesario. En unas pocas semanas, y para sorpresa de todo el personal del centro, Anson pareció dar con la solución y envió de manera urgente toda la información necesaria para desarrollar una vacuna eficiente. El laboratorio de Jim se puso manos a la obra, y en poco tiempo sacaron una solución preliminar de la cura, pues, en algunos casos, la vida de niños y niñas pendía de un hilo y valía la pena arriesgar. Tal fue el caso de la hija de Jim, damnificada con la enfermedad semanas atrás y con una sintomatología no de las más optimistas. La versión preliminar salvó muchas vidas, la de su querida niña incluida, y la versión final tuvo un porcentaje de curación excelente.

Anson no recibía visitas, sin excepción. Por eso le sorprendió a Jim que finalmente accediera a recibirle. Los nervios se apoderaban de él según se encaminaba a la puerta de su vivienda (el laboratorio estaba en un bajo). Lo que se apoderó de él tras abrirse la puerta principal fue bien distinto. Primero un padecimiento súbito e indescriptible. Tras ello, se derrumbó emocionalmente y la vergüenza se apoderó de todo su ser. Quien le abrió la puerta fue Annie Vann, una joven microbióloga que abandonó años atrás el centro que dirigía Jim, por el desprecio y superioridad con el que este trataba a Annie y todas las mujeres del centro. Nunca le dejaron participar en investigaciones serias ni ascender dentro del laboratorio pese a demostrar su gran valía porque, en palabras de Jim, las mujeres estaban para el trabajo sucio. Annie Vann era Anson Smith, la salvadora de su hija y miles de personas, una científica brillante que había tenido que esconderse bajo un nombre masculino, pues, su enfermedad era ser mujer. Pero Jim, con lágrimas en los ojos, se sintió el ser más enfermo del mundo, mientras su mirada lacrimosa se comunicaba con la mirada decepcionada de Annie.

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